miércoles, 19 de enero de 2011

Relato


Al sonar de los tambores.
 
Era poco más de las seis de la tarde aquel sábado de octubre. El canto de los sapos y el de los grillos se combinaban en estridente melodía que marcaba la llegada de la noche. En un taburete, recostado a uno de los horcones de la vieja casa de quincha, mi abuelo apagaba el transistor luego de escuchar las últimas décimas de “Orgullo interiorano. Con su viejo sombrero en una mano procuraba ahuyentar a los mosquitos y las chitras que, ni con el humo de la bolliga disminuían sus ataques. No eran las picadas lo que lo molestara, sino el asedio que sumado al perturbador zumbido colmaban su poca paciencia.
--Ajo ! bichos de´h diablo--
Decía mientras sacudía fuertemente su sombrero contra la nube de mosquitos que se alejaba instantáneamente solo para arremeter con mas ahinco.
--- Hijo muévase esa mierda de vaca pa´ que el humo coja pa´ca, hombe, que esa mosquitera me tiene jodío !!
Procedí a reubicar la mierda seca de res para que el humo repelente se dirigiera directamente hacia él, luego lo avivé, agitando la tapa de una vieja olla .
Entonces, casi ahogándose tras el espeso humo blanco dijo satisfecho,-- Ahora sí se van a joder los hijeputas --- convencido de haberle ganado la batalla a la vil plaga.
 
Próxima al fogón mi abuela daba de comer a los perros. Les servía concolón en agua y los restos de la sopa de pecho del almuerzo en unas viejas pailas de aluminio que a simple vista lucían como dos trozos ennegrecidos de vieja chatarra-.
--Jo! y el perro!- exclamaba, apartando con el cucharón al viejo Blaqui, el cual con roncos gruñidos pretendía hacer valer su antigüedad sobre Temible, aun cachorro pero notablemente más grande.
---ésta de acá es la tuya, perro zoquete --- exclamó la abuela, reubicándolos en sus respectivas pailas..
 
Para entonces ya habíamos reunido las gallinas en torno al viejo y retorcido árbol de marañon al cual trepaban para evitar ser presa facil de las zariguellas. Lo que realmense se lograba con esto era que las gallinas al dormir apiñadas unas a otras nos alertaran de la presencia de cualquier predador con el escándalo colectivo por ellas producido.
Mientras disfrutábamos de una taza de te de hierba de limón, la oscuridad de la noche nos invadió. Sólo la débil luz de la lámpara de kerosene con su frágil pantalla de delgado vidrio perturbaba la casi impenetrable negrura. El humo de bolliga se disipaba, y aunque las chitras ya habían partido aún quedaban los zancudos aliblancas. Esos que con cada picada provocan una fastidiosa rasquiña capaz de fregarte la noche entera dejándote como recuerdo unas ronchas coloradas que permanecen en la piel por un tiempo. Era el momento de encerrarnos, de dirigirnos al interior de la casa. Un hecho que me tranquilizaba, pues jamás me han gustado las noches sin luna, sin estrellas, sin claridad
Una vez adentro, mi abuela, luego de ponerse su camisón de dormir, continuó, como de costumbre, a rezar el rosario sentada en el viejo sofá, justo a un lado de la imagen de el Sagrado Corazón de Jesús, con el dorso ligeramente inclinado hacia adelante. Supongo que asumía esa posición para evitar quedarse dormida. Cada vez que el sueño intentaba conquistarla, el reflejo natural evitaba que cayera de frente sustrayéndola de los brazos de Morfeo en un movimiento muy parecido al de un pescador cuando siente que algún pez ya está en el anzuelo. En ocasiones la sorprendía---abuela como va la pesca--- le decía, y ella se limitaba a sonreír sin detener sus avemarías y padrenuestros
Mi abuelo se metio en la cama en franela y calzones piratas, como acostumbraba, para atenuar los efectos de las calurosas noches de la epoca.. Yo me dirigí al pequeño colchón ubicado en el piso, al lado de la cama de ellos, aunque las otras dos habitaciones estaban vacias. Desde los ocho meses, cuando mi madre, por justificadas razones, me dejo bajo la tutela de mis abuelos, dormí en la habitación de estos. Hecho que no cambiaria ni siquiera de adulto. Hay quienes decían que era un“.flojo o miedoso. Era, tal vez, una mezcla de todo. Temía a la oscuridad, a las brujas, a la "mano peluda", a los duendes y a cuanto personaje tenebroso mi cerebro había concebido a partir de las historias que escuché desde que tuve uso de razón, De lo que no debe haber duda es que disfrutaba de los chistes, cuentos y ocurrencias de mi abuelo a la hora de dormir. Y aunque a veces los mismos superaban mi capacidad de entendimiento, su pegajosa carcajada era suficiente para contagiarme. En ocasiones suponía que eran subiditos de tono porque mi abuela suspendía sus rezos en un intento de detener a mi abuelo con un---hm hm, ya va Vitito con sus barbaridades---.   
Mi abuelo respondería, luego de una prolongada carcajada que le quitaba el aliento,
--- vieja no seas pendeja, que los chiquillos de hoy saben más que uno--
En todo caso, las burlas y comentarios necios de los parientes eran un ínfimo precio que pagaría con gusto por la sensación de seguridad y paz que dormir en esa habitación me proporcionaba.
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Mi abuela concluyo su rosario y se dispuso apagar la lámpara cuando se escuchó, a la distancia, el sonar de unos tambores. Con Las lajas crecida el retumbe se escuchaba con tal claridad que se podría creer que el jolgorio provenía de muy cerca.
--- Y esa vaina?. --- preguntó el abuelo.
----- Ahora que recuerdo hay tamborito en Las Guabas esta noche---dijo la abuela., suspendiendo el soplido con que extinguiría la llama de la mecha de la lámpara.
-----Es para recoger fondos para el club de amas de casa. Dicen que vienen los tocadores de Serrezuela y que Tatón será la cantalante---- agregaba, sin tratar de ocultar la emoción..
-- Vieja, si usted quiere, vaya---, dijo mi abuelo, creyendo talvez que mi abuela desestimaría ir hasta Las Guabas, a pie, a esas horas y en pleno octubre.
--Me acompañas hijo? Vamos un ratito y allá conseguimos quien nos traiga de vuelta--
Agregó de inmediato, con una mezcla de entusiasmo y dulzura que hicieron imposible negarme. Supe que que me esperaba una extensa caminata en medio de la oscura noche acompañada de toda clase de bichos-
 
 
 
 

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